Delonte West: el rostro de la tristeza en la NBA
21 de enero. 6:15. Como cada mañana suena el despertador. Tras disfrutar de una fantástica jornada de baloncesto por el día de Martin Luther King, tocaba echar un ojo a aquellos partidos que se disputaron mientras el sueño ‘trabajaba’. Un Celtics-Lakers esperaba. Damian Lillard iba camino de los 61 puntos. Y yo desayunaba para contaros lo más importante de otra vibrante noche de NBA. Todo estaba en orden hasta que Twitter habló. Haciendo un repaso a datos, récords y estadísticas apareció una de las imágenes más impactantes que recuerdo de un ex jugador de la NBA. Delonte West, sin camisa, sentado en mitad de una carretera, desorientado, diciendo cosas incoherentes… y todo ello mientras era interrogado por la policía de Washington DC.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha llegado a ese estado? Como es lógico las imágenes empezaron a correr vertiginosamente por las redes sociales mientras muchas voces comenzaron a hablar de su caída, de cómo había pasado en años de jugar en la mejor liga de baloncesto del mundo a ser una persona abandonada a su suerte, alguien que lejos del brillo de las canchas era ahora golpeado por las inclemencias de unas calles que se habían convertido en su doloroso ‘hogar’.
Ver a Delonte en esa situación me revolvió por dentro. Aunque alguno podría parafrasear a Gabriel García Márquez y tendría base de sobra para hacerlo –en unas líneas lo veremos–, para los que amamos esta competición es duro tener delante así a alguien que ha formado parte de ella y permanecer impasible. Han pasado más de 24 horas y aún duele darle al play. Los intentos por ayudarle, con apoyo económico del sindicato de jugadores (NBPA) y ofrecimiento de trabajo por parte de los Celtics, han caído en saco roto.
Particularmente no entiendo la NBA sin mi hermano. Delonte era de sus jugadores favoritos. Quizás por llevar esta bendita competición en el corazón nunca nos hemos quedado en la superficie. Sumergirnos para conocer a los jugadores más allá del parqué. Destacar a ese chico que hacía equipo o a ese otro que merecía jugar más… Delonte no era una estrella, pero sí un chico diferente, uno al que merecía la pena ver jugar.
Nacido en Washington y tras pasar por la universidad de Saint Joseph’s fue elegido en el puesto 24 del draft de 2004 por Boston Celtics. Allí pasó tres temporadas antes de jugar en Seattle, Cleveland (donde fue compañero de LeBron James) y Dallas. En Texas su carrera NBA tocó punto y final cuando solo tenía 29 años. Sus problemas mentales, incluidos el diagnóstico de un trastorno bipolar durante su etapa en la Liga y una profunda depresión, acabaron con su vida como deportista de élite. Sus intentos por volver nunca encontraron una ventana que arrojara luz en la oscuridad. Esta es su biografía a grandes rasgos, pero no su historia.
“Ahí no se pueden reír de mí”
La cancha era el salvavidas de Delonte. Con un balón, botando, driblando, anotando… Era un chico delgado y pelirrojo, uno que en su juventud sufrió acoso e insultos por parte de sus compañeros, uno que hablaba sin palabras, uno que siempre respondía con su mejor amigo: el baloncesto. “Ahí no se pueden reír de mí”, decía señalando a la pista. Y no le faltaba razón. En el instituto llevó a los Raiders del Eleanor Roosevelt High School hasta disputar la final de Maryland, tras la cual, y pese a perder, fue nombrado All Met por el Washington Post.
Y de ahí saltó a la universidad de Saint Joseph’s. Todo iba viento en popa. Junto a Jameer Nelson formó una de las mejores parejas de la historia del tal institución. Fueron tres años de éxitos en los que ayudó a que los Hawks firmasen un balance global de 72-21 con tres apariciones seguidas en la fase final de la NCAA. Su entrenador por entonces, Phil Martelli, aseguró al concluir la campaña 2003-04 que su pupilo se había preparado bien para dar el salto a la NBA. Y allá que fue.
Con un gran cartel Delonte se presentó al draft de 2004. Fue seleccionado en el puesto 24, y no por cualquier equipo. Los Boston Celtics ponían los ojos sobre él y su carrera entre las estrellas echaba a andar. En su segundo año con los verdes ya era titular. En Massachussetts parecía sentirse como en casa. Pronto fue considerado como uno de los mejores defensores de backcourt de la NBA y su carrera parecía ir a más. Sin embargo, estos decidieron traspasarlo a Seattle, desde donde marchó a Cleveland para sumarse a LeBron James. Allí vivió sus últimos meses de gran baloncesto.
En 2008, ya formando parte de los Cavs, le fue diagnosticado un trastorno bipolar y un cuadro de depresión a la vez que se le vinculaba sentimentalmente con la madre de LeBron James. Un coctel explosivo. Algo se estaba rompiendo. Delonte compartió con la prensa que estaría unas semanas alejado del equipo para comenzar un tratamiento. A la vez, se conoció que se había divorciado semanas después de casarse; otro golpe que le zarandeó. “Estoy tratando de acabar con mi comportamiento destructivo”, dijo entonces.
Acaba durmiendo en el vestuario
El hecho de encarar su problema de salud mental públicamente le hizo ganarse el respeto y simpatía de compañeros y aficionados, pero todo cambiaría un año después. Era septiembre de 2009. West se preparaba para la que sería su tercera campaña en Ohio cuando una patrulla de policía lo detuvo por cometer una infracción de tráfico. Todo habría quedado en una anécdota si no fuese porque al registrar sus pertenencias encontraron dos revólveres y un fusil escondidos en la funda de una guitarra. La posibilidad de acabar en la cárcel era muy real, pero finalmente la sentencia dictaminó que todo se quedase en un arresto domiciliario y cuarenta horas de servicio a la comunidad. La NBA decidió sancionarlo con diez partidos y una vez cumplida tal suspensión siguió jugando; eso sí, pudiendo abandonar su casa solo para ir al pabellón…
A nivel baloncestístico aquel incidente marcó el inicio de su debacle, pero el peso recayó más allá de lo meramente deportivo. Era un convicto. Los errores le habían llevado a señalarse de un modo que ya no podría borrar y que no haría sino alimentar esa vertiente destructiva que él mismo conocía.
De 2010 a 2012, cuando terminó su vida en la NBA, todo se fue complicando sin dar lugar a reversión alguna hasta que la situación se tornó en insostenible. En septiembre de 2011 Delonte sorprendía a todos anunciando que se había buscado un trabajo en una tienda de muebles para sobrevivir mientras durase el lockout que tenía en suspenso su contrato con Dallas. Su dinero, lo que había conseguido como jugador de baloncesto, había volado.
Con el inicio de la campaña 2011-12, exactamente el 25 de diciembre, su contexto no mejoró. En febrero de 2012 conocíamos que Delonte estaba literalmente viviendo y durmiendo en el vestuario de los Mavericks, lugar que solo abandonaba cuando había partidos a domicilio (hoteles). Al firmar con el equipo, este puso a su disposición una habitación en un hotel, pero las normas de la NBA no permiten que las franquicias se hagan cargo del alojamiento de los jugadores. West explicaría entonces que había sido incapaz de alquilar un piso por lo caro que eran estos y por sus antecedentes penales. Su sentencia estaba escrita a falta de firma.
Adiós definitivo
Delonte no llegaría a jugar en la temporada 2012-13. Pese a que volvió a firmar con Dallas, varias acciones anti-disciplinarias acabaron con su suspensión indefinida por parte del equipo. Ninguna de la partes dio detalles de lo ocurrido, pero ESPN aseguró que a West se le acusó de provocar una discusión entre dos compañeros. Don Nelson, por entonces presidente de operaciones de baloncesto, lo definió como una conducta perjudicial para sus compañeros y el jugador se defendió diciendo que era todo mentira y que seguiría peleando por estar en la NBA. Hasta ahí llegó.
En una carrera de nueve temporadas y con una ganancia total de 16 millones de dólares, de pronto se encontró sin equipo y sin nada en los bolsillos. “He visto contratos saltar por la ventana, patrocinios desaparecidos y como mis ahorros volaban en gastos de juzgados, de abogados y de divorcios. Ves tu cuenta corriente desaparecer lentamente” comentaba en 2012.
Siguió jugando al baloncesto. En China y en la G League pasó varios años anunciando intentos por retomar rumbo perdido, incluso en 2014 disputó Las Vegas Summer League con Los Angeles Clippers con un promedio de 6 puntos, 3,3 rebotes y 2,3 asistencias en 22,3 minutos. Todo fue en vano. Su pasado hablaba desde el silencio. Su presencia creaba desconfianza en las franquicias. Y sin el baloncesto, sin ese lugar en el que plantaba cara a la vida, terminó por desvanecerse pese a los intentos de unos y otros por ayudarle.
Ayuda infructuosa
Delonte West fue paulatinamente desapareciendo del primer plano hasta convertirse en un punto casi imposible de divisar. Las informaciones sobre él cada vez eran más escasas. Durante un tiempo saltaron algunos rumores con el baloncesto como protagonista. Después, silencio. Nada se supo de él hasta principios de 2016. Aunque pocos meses antes se le pudo ver públicamente con su familia en la previa a un partido de la G League (la cual tuvo que dejar lesionado), en febrero del mencionado año sobrecogían unas imágenes suyas en Houston. Un aficionado lo había reconocido. Se encontraba descalzo, desorientado y apenas podía hablar con coherencia. En aquel momento, y ante el desconcierto y dudas del público, sus allegados señalaron que su vida no corría peligro y que no tenía relación alguna con las drogas. La explicación fue que su trastorno bipolar no había mejorado y que seguía en tratamiento. La sensación era que iba camino de tocar fondo.
El tiempo, ese inexorable inmortal en el que sobrevivimos, no ha hecho que la realidad de Delonte haya mejorado un ápice. En verano de 2019, tras años de ostracismo, nos encontramos con una imagen suya sentado en un escalón en un lastimoso estado. Nadie supo decir con certeza si la fotografía era reciente, pero según diversos medios vivía en la calle. Sin ser capaz de superar sus problemas pese al apoyo recibido, había pasado de jugar en la NBA a ser un vagabundo.
Porque la NBA no lo ha abandonado. Según explica Shams Charania de The Athletic, el sindicato de jugadores (NBPA) lo ha estado ayudando financieramente en los últimos meses e incluso le facilitó el cambio de residencia de Dallas a Maryland para que pudiese volver a casa. Y no quedó ahí el apoyo brindado. Danny Ainge le ofreció trabajar como ojeador para los Boston Celtics acudiendo a partidos que se disputasen cerca de Washington DC. Nada ha servido. El Martin Luther King Day acababa con tristeza; algo que Delonte sabe que existe, pero que no puede sentir. “La tristeza es una emoción normal en los humanos. Hay un mecanismo que se activa y te permite saber que es el momento de dejar de estar triste. Con el trastorno bipolar ese mecanismo no existe, por lo que ni siquiera sabes cuándo estás triste”, sentenció hace años.
Como no podía ser otra forma, su estado ha conmocionado por todos los rincones del mundo, especialmente a quienes tuvieron contacto directo con él como ex entrenadores y ex compañeros. No es para menos. Ha tocado fondo incluso con apoyo externo y de su propia familia. Poco queda de aquel chico que llegó sonriente a la NBA. Pero algo hay. A ello hay que agarrarse para creer y confiar en que Delonte se dejará ayudar, el primer paso imprescindible para que salga de la espiral en la que anda desde hace mucho tiempo.