Hay belleza en la derrota
Sobre unos Warriors que se enfrentan a su destino... sin huir de él.
Hay algo poético en los Golden State Warriors de los últimos años. De los últimos meses. De las últimas semanas.
De aquel renacimiento que les llevó al título de 2022 y las lágrimas de alegría por volver a lo más alto después del nefasto periodo que siguió a mayo de 2019 con tantas lesiones graves de Durant, Klay y Curry más la marcha de KD.
De haber empezado la temporada 24-25 como motos con un 12-3 que les apuntaba como posibles candidatos al título a un desplome del que no parecen ser capaces de salir. Una marca de 9-19 desde su prometedor inicio. Seis derrotas en los últimos nueve partidos.
Los resultados en contra caen sin que los principales responsables del equipo sean capaces de revertir la situación. Y no es porque no quieran, no lo intenten o no estén. Ahí siguen Kerr, Curry y Green. Durante el verano Klay Thompson se marchó hacia pastos más verdes en lo deportivo y económico, pero ellos tres permanecen en la franquicia con la que han hecho historia.
Me encanta verles ahí porque ellos son conscientes de dónde están. Saben que podrían haber elegido otra ciudad, otro proyecto, otra vida. Un cambio potente en sus carreras con la idea de dejar atrás el pasado y luchar por un nuevo anillo en otras circunstancias más propicias para ello.
Pero no.
Eligieron quedarse, sabedores de que había altas probabilidades de finalizar el arco de sus carreras a una altura similar a la que la iniciaron en sus primeros pasos en los Warriors.
Eligieron el riesgo de ser superados por equipos y jugadores que ellos dominaron en el pasado. Optaron por sufrir esa venganza deportiva de la que tanto disfrutan las aficiones rivales que antes veían con desesperación como era imposible ganarles.
Eligieron la obligación de aceptar que ahora no son mejores, que las derrotas formarían parte habitual de su día a día.
Eligieron luchar por ganar con menos armas, mostrar humildad cuando no pudieran salir victoriosos y aceptar que esto es lo que hay.
A Curry estos días se le ve medio tristón. Ve que a veces falta fuego en sus compañeros, pero otros días lo que sabe es que no hay calidad suficiente y que él no es el mismo que hace diez años. Ya no puede seguir de paisano y hacer milagros de forma constante. Y precisamente por ello no quiere poner a la franquicia a su servicio, no quiere secuestrar el futuro, en contraste con otras tantas estrellas de esta misma liga a las que no les inmuta dejar tierra quemada a su marcha. Tal vez sea porque Curry es de los Warriors de verdad y lleva toda su vida allí.