★ Navegando por los vestuarios del Staples Center
Anécdotas varias y una pequeña conversación D'Angelo Russell.
Miguel Gaitán.
Tercer y último episodio sobre mi excursión por el Staples Center el pasado 22 de marzo (antes ya os relatamos las entrevistas con Tyson Chandler y Pablo Prigioni).
Regalos te hace, a veces, esta profesión; como presenciar el gran espectáculo en calidad de invitado con licencia para casi todo, introducirte hasta la cocina (literal) en una galaxia muy, muy lejana todavía a lo que vemos en Europa —solo la prensa tiene un buffet libre enorme para cenar antes del partido— y también por honores redondos como hablar, cara a cara, con D'Angelo Russell, base de los Brooklyn Nets en pleno vestuario del equipo. Todo un All-Star de la NBA con el que tuve la ocasión de charlar tras el partido que disputó aquel día en L.A.
Relato entonces en este texto algunas curiosidades y escaramuzas que viví como personal acreditado en la casa de los Lakers. Empezando por lo importante y de lo que más ilusión hizo, mi encuentro de D'Angelo.
Conversación con D'Angelo
No asistí, por propia voluntad, a la rueda general de preguntas que Russell concedió a los medios que atestaban el vestuario de Brooklyn. Los jugadores, como ya os relaté en los otros dos episodios, salen (literal) de la ducha empapados y casi acto seguido tienes permiso para colocarles la grabadora a ver qué cuentan. No quise ir a la rueda global de cuestiones como una cabeza de ganado más, sino que mi intención era abordar a Russell en solitario, cuando ya hubiera sido preguntado por el resto de compañeros sobre las cuestiones relativas al partido. Quería ir un poco más allá, a ver si me contaba algo interesante que no tuviera que ver solo con el encuentro que ganaron ante sus anfitriones. Y casi me sale rana...
"Tío, ya he hablado. Ya he hablado, lo siento...", me dijo de primeras D-Lo. Problemón; no parecía tener el cerebro para más preguntas. Le hice saber que venía desde muy lejos (igual exageré) expresamente para el partido y que sería muy, muy breve, me portaría bien. Él, aunque no con demasiada buena cara, accedió.
Primero le pregunté por el partido, por qué había sentido al estar de nuevo en L.A después de salir traspasado hacía casi dos años. Sin mojarse mucho, me dijo que estaba pletórico por ganar a quienes en su día no le consideraron "un líder (ay, Magic, bonito...)". "Fue genial, ganamos, es el principal resultado que esperábamos viniendo aquí. Tenemos mucho que celebrar".
Demasiado correcto. Probé a tirarle un poco más de la lengua, recurriendo a si no había sentido algo especial durante el partido, si tenía sentimiento de revancha. Ahí empezó a animarse, solo un poco. "Teníamos que ganar. Nada más importaba en realidad. Es muy bueno coger la victoria e irse, nada más que eso importa aquí". Y ya se soltó del todo cuando le pregunté si tenía amigos de su etapa en California en las gradas. Me dijo que él no iba a L.A. para ver amigos. A buen entendedor...
"No, ningún amigo en las gradas. Esto solo es un viaje de negocios para mí. Nada de amigos, qué va, tío, nada".
Cumpliendo mi palabra dado que él había accedido a mis preguntas, corté ahí mi interlocución con todo un All-Star de la temporada 2018-19; el siguiente paso, sin casi asimilar lo que había contado D'Angelo, era localizar más sujetos susceptibles de pasar por mi grabadora. Y entonces di con algo de lo más curioso; más que eso, estrafalario, extravagante, inesperado.
El hortera de DeMarre
Quise que el oficioso DeMarre Carrol fuera el siguiente pero no pudo ser. Un tipo muy grande (enorme) a su lado me dijo que ya había hablado con la prensa y que no lo haría más esa noche. Pero lo que más me sorprendió no fue su negativa, sino la sorprendente indumentaria que llevaba el alero de los Nets.
No sabría cómo describirla. Una mezcla entre rosa chillón, amarillo, naranja, traje de etiqueta con los zapatos y colores más horteras que hayáis visto en bastantes meses. Todo el oficio que DeMarre gasta dentro de la pista muda en rutilancia (por decir algo bueno) cuando sale de ella. Qué pintas llevabas, amigo DeMarre, capitán de todos los horteras del mundo en ese momento. No conseguí hablar con él pero sí detecté que quizá hubiera que encarcelar al jefe de su equipo de sastres...
Dinwiddie y el Príncipe de Bel Air
Bien, después de lo de Carrol ya se me agotaba el tiempo. Pocos jugadores iban quedando dentro del vestuario e identifiqué al último a quien me podía arrimar en ese momento para sacar alguna declaración decente.
Era Spencer Dinwiddie; ese completo desconocido hace solo unos años, carne de G League, y que esta misma temporada firmó el primer contrato millonario de su vida. Un tipo cercano y generoso en las respuestas me pareció Dinwiddie. Hasta amigable. Me adherí a un par de compañeros de la prensa americana que ya estaban preguntándole y allá que fui a por el guard de los Nets.
Más allá de las declaraciones y valoraciones típicas del partido (las preguntas de mis colegas americanos no iban mucho más allá), Spencer admitió que en ese momento el equipo estaba "extremadamente confiado de llegar a clasificarnos para los playoffs". Efectivamente, lo consiguieron, además dando el susto en el partido inaugural ante Philadelphia (la serie terminó con 4-1 para los Sixers).
Dinwiddie se destapó además como gran seguidor de 'El Príncipe de Bel Air' (es nacido y crecido en Wooland Hills, una zona de L.A). "Oh, sí. Vamos, hombre, soy un chico de los 90, crecí viendo esas cosas", dijo el jugador.
Me despedí del afable base de Brooklyn preguntándole por el gran ambiente en el vestuario de su equipo; que quiénes eran los que más favorecían esa atmósfera tan sana que se aprecia desde fuera. Y resulta que los más cachondos y que más animan dentro son "Theo Pinson y Rondae (Hollis Jefferson)". El prácticamente inadvertido Pinson (algunos no sabrán ni quién es) es el más guasón. Decía Dinwiddie que monta cosas en el vestuario que no llegaríamos ni a imaginar. Sí, la verdad que no imaginamos (al menos yo) a un jugador con papel tan residual en la cancha haciendo de monologuista jefe entre acto y acto. Pero así debe de ser.
Tras hablar con Spencer, ya no quedaban ni las raspas en el vestuario de los Nets, así que emprendí vuelta al de los Lakers. Tampoco quedaba gran cosa. Solo JaVale McGee, Caruso y LeBron James que se estaba despidiendo y salían ya de las instalaciones.
Y aquí empiezo a contaros una serie de curiosidades, más allá de declaraciones con jugadores, que me sorprendieron más o menos en mi viaje al corazón de Los Angeles Lakers.
LeBron y su tatuaje: "The Chosen One"
Uno de los detalles del Rey que más impresionan es, además de sus generosas dimensiones, el tatuaje que preside toda su espalda: "The Chosen One (el elegido)". Ya sabemos que lo de tener abuela en la NBA es un bien escaso pero más que eso sorprende que las letras abarcan prácticamente toda la espalda del '23'. Que no es precisamente estrecha...
Otra particularidad fue que en la ronda de preguntas (con toda la prensa EEUU) con JaVale McGee, el pívot se pronunció sobre Lonzo Ball como "el mejor guard defensivo que tenemos". Por encima de Rajon Rondo. Sorprendente, cuanto menos. Porque no estaba el veterano base delante, que si no a lo mejor le da por intervenir para defender su orgullo.
El hiperactivo Pelinka
Otra curiosidad llegó cruzándome, varias veces, con Rob Pelinka, general manager de los Lakers. Embutido en trajes de quién sabe cuan alta gama (como un pincel) y con cara de ser amigo de todo el mundo, del GM me sorprendió su hiperactividad. Durante el partido, Pelinka presenció el encuentro en todo momento desde la boca del túnel de vestuarios local, constantemente colgado de su teléfono móvil. Diría que se pasó los 48 minutos hablando a través de su smartphone. Sorprendente eso y que la segunda vez que me cruzara con él por las tripas del Staples, ni siquiera se volvió (iba hablando con más gente) hacia mí a la llamada de "Mr. Pelinka..." que le hice a ver si sonaba la flauta y podía endiñarle un par de preguntas. Lástima, no coló.
La siguiente curiosidad está protagonizada, de nuevo, por LeBron James. Dentro del vestuario de los Lakers, antes y después del partido, los periodistas tienen (tuvimos) acceso a los jugadores. A hablar con ellos, entrevistarles y grabar declaraciones cuando hablan para la prensa de manera conjunta y también a departir junto a ellos fuera de micro, para consolidar relaciones. Durante ese periplo en 'casa' de los jugadores, algunos comunicadores explotan eso, estirar sus relaciones con los protagonistas. Hablan de esto y de aquello, les sacan alguna sonrisa y les chocan la mano para entrar un poco en su círculo de confianza. Pero nadie se acercaba a LeBron James. El '23' poseía su ritual personal de concentración y nadie osaba sacarle de él. En persona, no podía ser de otra manera, LeBron impone. Mucho. Es más grande que la iglesia de muchos pueblos deshabitados del mundo. Eso y el aura de jugador histórico echaba a casi todo el mundo para detrás. Todo el mundo le respeta demasiado.
Vaya pedazo de buffet
Qué mundo la NBA y cómo está todo encajado para que, a nada que escarbes un poco, el terreno luzca reluciente. Nada más entrar al Staples, el primer lugar al que te conduce la acreditación de prensa (preciosa, por cierto) es a una sala común: con punto de información general para el personal de prensa, televisiones para seguir el partido en caso de no tener asiento en tribuna, baños, periódicos para estar al día, zona de descanso... y un pedazo de buffet libre que ya quisieran muchos hoteles de varias estrellas. Guisos, verduras, ensalada, pasta, arroces, carne, pescado, perritos (cómo no), nachos, pizza, sándwiches, toda clase de bebidas, snacks, fruta... Se me hizo el trasero 'pepsicola' ante semejante despliegue culinario. La tradición era, por lo visto en mis compañeros, llenar el estómago antes del partido y así ya darte por cenad@ para toda la noche. Donde fueres, haz lo que vieres, así que buena cuenta di de la ofrenda de alimentos; hasta bajé en el descanso a por un poco de recena y postre. De locos el nivel ofrecido por la organización del evento, algo que, como profesional, yo nunca había visto en Europa ni en ninguna parte.
Seguridad
La seguridad, como la ostentación, también estaba en cada esquina del Staples. Con tanto libertinaje de movimiento dentro del pabellón, no encadenabas nunca dos pasillos diferentes sin que un miembro de seguridad chequease que tu acreditación te daba permiso para estar allí. Este fue otro detalle curioso, lo controlado que estaba todo. Apenas puedes moverte sin encontrarte personal de seguridad, que amablemente te permite continuar tu camino su observan que todo está correcto. La seguridad en Estados Unidos es más que una religión.
Jugadores en cueros
Cuando me movía a través de los vestuarios de Lakers y Nets estaba, al mismo tiempo, abrumado, por la increíble experiencia que supone, y también cauto por entrar en prácticamente el hogar de los protagonistas.
Es que mientras ellos se duchan, en el vestuario se ha congregado un hervidero de medios de comunicación que a empellones no se irán sin haber sacado alguna declaración interesante. Hasta cuando los jugadores se encuentran recién salidos de la ducha tiene uno permiso para disparar todas sus dudas, como sucedió en mi caso con el amable gigantón Tyson Chandler. No es broma que él todavía estaba chorreando gotas de la ducha cuando yo empecé a preguntarle (accedió muy cortés); iba solo con una toalla a la cintura para camuflar sus vergüenzas y se las estaba ingeniando para colarse el calzoncillo por dentro de la toalla. Y, mientras, yo preguntándole por esto y aquello. Eso me pareció otro mundo, una experiencia religiosa para cualquier periodista no estadounidense.
Ya comentamos en un episodio anterior de Extra nbamaniacs la cercanía de Tyson Chandler. Fue el primero con quien pude hablar en exclusiva y me sorprendió sobremanera su accesibilidad y hasta simpatía con las cuestiones que yo le planteaba.
Los amigos Rondo y Jefferson
Ya se sabe que los jugadores NBA poseen relaciones muy particulares, algunas inadvertidas para el mundo mass media. Personalmente, no conocía que Rajon Rondo y Richard Jefferson guardaban una gran amistad pero sí pude comprobarlo en el exterior del vestuario de los Lakers.
Yo acababa de salir del santuario púrpura y oro (antes del partido) y me dirigía al de los Nets, que estaba a escasos pasos de distancia. Por el camino, observé que estaba pisando los talones de Rondo, quien parecía coger la misma dirección que yo en ese momento. Me miró hasta raro, de hecho ("quién es este tío que no me suena de nada y qué narices hace siguiéndome", pudo pensar). Y a mitad de camino, el base de los Lakers se cruzó con un Jefferson que iba de paisano y ambos se fundieron en un gran abrazo y choque de hombros ritual. En mitad de la muestra de afecto, yo adelanté el paso de ambos (para el abrazo estaban quietos), constatando el conocimiento de que aunque nunca compartieron equipo en la liga, se llevan bastante bien.
Casi deslumbrado por todo lo contemplado en mi experiencia en tierra prometida, terminó la experiencia. Pude constatar la certeza de que en la NBA das una patada y encuentras mil historias que contar; de un solo partido, entrenamiento, encuentro, reunión salen tropecientas. Es una liga donde nunca falta contenido interesante y noticioso de todo tipo. Mucho menos el más curioso. Y sobre todo, constaté que es otro mundo en todos los sentidos.
Espero que la aventura por la parroquia Laker os haya parecido entretenida. Yo, desde luego, disfruté como un menor de edad encerrado todo un fin de semana en un parque de atracciones.
Extraordinaria visión desde dentro de uno de los templos contemporáneos de la NBA