¡Hola, amigo!
No me acostumbro a la experiencia Wembanyama. Ya estamos en la segunda temporada con él en la NBA después de no sé cuántos años viendo vídeos suyos, pero aún hay cosas de su puesta en escena que me resultan chocantes, impactantes, criticables y alucinantes, todo a la vez.
Desde hace muchos años suelo escribir por las mañanas. Con tinta y papel. No lo hago a diario ya que la vida no siempre es igual, pero siempre que tengo diez minutos antes de que él día me arrolle, lo hago.
Hoy, domingo, desperté temprano, como suele ser costumbre. Dado que el día anterior había visto dos partidos y medio de la NBA, no me lancé al League Pass para ver resúmenes y resultados. Lo que hice fue dirigirme a la mesa de trabajo, agarrar una libreta, un rotulador y, como solía decir José María García, emborroné una cuartilla.
Esta vez la motivación fue diferente. En lugar de escribir mi diario u organizar la semana con las tareas que tengo por delante —qué gran truco es lo de organizar la siguiente semana durante el domingo—, lo que me apetecía era expresar en mi libreta lo que siento cada vez que veo jugar a Wembanyama. Las sensaciones que se repiten una y otra vez sin que la fuerza de la costumbre consiga aplacarlas.
Más de cien partidos jugados en la NBA no impiden que la experiencia Wemby incluya para mí algo de sufrimiento en cada posesión: